Hilda Ramírez vive en Viale, Entre Ríos, a 50 km de la ciudad de Paraná. En tercer grado abandonó la escuela para ayudar a su familia a plantar verduras. Pero la educación para ella siempre fue una meta a seguir. Hoy, camina veinte cuadras todos los días para asistir a clases
Con ayuda de su nieta, Hilda Ramírez se sienta frente a la pantalla de la computadora. Hay que iniciar un zoom y Brenda, de 32 años, se encarga de que todo esté perfecto para su abuela. Saluda con una voz suave y amable. Y antes de comenzar la charla, encuentra la mejor forma de presentarse: con sus manos talladas por el tiempo -cumplió 89 años el 23 de septiembre- muestra como trofeos los libros y cuadernos dispersos en la mesa.
Hilda nació en Quebracho, una zona rural de Entre Ríos, en una casa humilde donde todo faltaba. A los 7 años comenzó a ayudar en las tareas del campo. Y cuando estaba en tercer grado de la primaria tuvo que dejar sus estudios para dedicar todo su tiempo al trabajo.
“Era trabajo de plantar zapallo, papa, todas esas cosas… Y ayudar a mi papá, a mi mamá en la casa. Mi mamá era costurera, cosía para muchas familias de ahí, y yo repartía las costuras a caballo. En ese momento no era camino de asfalto, era barro”, recuerda Hilda.
Pero el sueño de retomar la primaria estuvo siempre presente. Lo convirtió en una meta a cumplir. Pasó el tiempo, formó una familia, y nuevas obligaciones postergaron sus sueños personales. A principios de 2015 sintió que podía retomar esa asignatura pendiente de su niñez y decidió volver a clase en una escuela para adultos. Durante un año asistió a clase hasta que las responsabilidades familiares volvieron a obligarla a elegir. “Me llevaba el director de la escuela y también me traía. Pero no pude seguir porque no podía dejar a mi marido solo porque se descomponía. Entonces abandoné la escuela”.
Su vida no fue fácil. A las carencias, se le sumó el trabajo duro y el esfuerzo para sacar a su familia adelante. En el año 2018 le detectaron un tumor cancerígeno y fue operada, pero nunca se rindió. Tres años después quedó viuda, luego de casi 65 años de casada con Bernardo Ramírez. A pesar de los problemas y las tristezas, Hilda se dispuso este año a reemprender la primaria.
Ya en 2021, y en plena pandemia, decidió darse una nueva oportunidad y volver a la escuela. “Si Dios quiere -dice Hilda, ferviente católica- me recibo a fin de año”. Hoy camina todos los días veinte cuadras, entre ida y vuelta, para asistir a la Escuela Primaria de Jóvenes y Adultos N° 114 “Hans Christian Andersen”, subsede Viale.
-¿Nunca tuvo miedo por el COVID-19?
-No, no tengo miedo. A la escuela voy con el barbijo y todo. ¿Qué miedo vas a tener? Si total el camino al Cielo lo tenemos todos, unos primero y otros después. Yo a esta edad no tengo miedo.
“A mí no me da vergüenza aprender”, asegura mientras muestra orgullosa sus cuadernillos de actividades. Es muy prolija en sus anotaciones y, según confirma su maestra Flavia Schmunck, “es solidaria con sus compañeros y no tiene problemas con nadie a pesar de la diferencia de edad”.
“Siempre está dispuesta a lo que uno le plantea y nunca se queja. Su única debilidad es, quizás, le gusta charlar mucho”, se ríe su maestra. Hilda sigue todas las materias como los demás alumnos, incluso cursa Educación Física con el resto de sus compañeros y hace el Taller de Capacitación Laboral en Tecnología.
“Ella dice que tendríamos que tener clases hasta los sábados, le encanta ir a la escuela, no falta nunca”, detalla la docente, quien fue la encargada de fotocopiar las actividades y llevárselas a la casa a Hilda durante las semanas sin presencialidad.
Mientras conversa con Infobae, Hilda lee una frase escrita en una hoja mantenía escondida entre los libros de la casa y que sus nietas fueron las encargadas de buscar: “Un maestro no es aquel que solamente enseña algo, sino aquel que inspira al alumno a dar lo mejor de sí para descubrir un conocimiento que tiene adentro de su alma”. Es una frase de Paulo Coelho, la misma que leyó para sus compañeros en el acto del Día del Maestro del 11 de septiembre. “Hasta no hace tanto tenía las cosas de primer grado, me gusta conservar”, relata con una sonrisa.
“La juventud la pasé medio mal, pero ahora la vejez la paso mejor”, asevera Hilda que, además de asistir al colegio, hace Pilates todos los lunes y miércoles. “Yo me animo a quedarme sola y andar. Tengo algunas plantitas, tanto de huerta como de jardín. Las cuido, ando, cocino todos los días, tiendo la ropa. Yo no me quedo quieta”.
Para Hilda Ramírez la familia es lo más importante en su vida: sus 4 hijos, 15 nietos, 25 bisnietos y 2 tataranietos. “Los he tenido a mi lado casi a todos. No viven todos conmigo, pero estoy cerca y hablo con ellos. Me gusta enseñarles, explicarles lo que yo pasé, que respeten a sus padres y a las personas mayores, porque me parece que es lo mejor”, reflexiona.
“Los ayudé, los llevé a la escuela y les aconsejé a todos que sigan estudiando. Ahora que están grandes siguen perfeccionándose. Valeria estudia Criminalística, Brenda trabaja en una clínica, Cynthia es peluquera. Así que yo no puedo decir nada de mis nietos”, enumera orgullosa.
“Siempre dije que no se pierdan de estudiar ahora que hay posibilidades. Que no tiene que trabajar como trabajé yo”, lamenta Hilda. Y recuerda: “Lavaba ropa ajena, tejía, bordaba, levantaba puntos de medias. Además del trabajo en la casa, en la quinta y con los chicos”.
-¿Tiene algún plan para después de recibirse?
-Y… estar con mis nietas, salir a pasear. Andar con ellos y estar acá en casa. Estoy muy agradecida de mis nietos. Y estar contenta porque pude terminar mis estudios.
-¿Cómo se lleva con sus compañeros?
-¡Muy bien! Hay chicos y hay adultos, pero la más grande soy yo. A mí me enseñaron a respetar mucho en la escuela y mis padres también, pero ahora veo que es poco el respeto a las maestras, pobrecitas. Ellas tienen que aguantar tantas cosas que les dicen…
-¿Cuál es su filosofía de vida, Hilda?
-Tengo paciencia. Trato de ubicarme. Y escucho para que los demás me enseñen algo y poder salir adelante.
-¿Qué le aconseja a las nuevas generaciones?
-Yo les aconsejo que estudien, que vayan a la escuela, ahora que pueden aprovechar porque hay muchos medios para poder hacerlo. Mis hijos estudiaron bastante, como se podía, porque fuimos pobres toda la vida. Pero estudiaron, y los nietos lo mismo. Y yo ahora voy a tener por primera vez mi diploma de primaria. No se imagina la felicidad que me da eso.
Fuente: Infobae