Ana María Franchi es la segunda mujer en 60 años en llegar al cargo de presidenta del CONICET. Doctora en Química Biológica de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y una de las fundadoras de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología, su destacada carrera hizo que a partir del 10 de diciembre se convirtiera en la encargada de administrar la institución de investigación científica más importante del país.
El mayor desafío de su gestión llegó tres meses después de asumir, cuando la pandemia de coronavirus golpeó a la Argentina. Pese a las dificultades que trajo la enfermedad todavía desconocida, la flamante presidenta destacó al Suplemento Universidad que la ciencia argentina pudo “responder a la altura de las expectativas”.
Sin embargo, hay algunos puntos que todavía quedan por resolver, como una ley de financiación de la ciencia que permita mantener las políticas de desarrollo científico independientemente de las gestiones gubernamentales de turno. En este plan, “las universidades son aliadas naturales”, aseguró Franchi, y resaltó, además, los múltiples proyectos que serán de ayuda para combatir el virus.
– ¿Cómo fueron los primeros días como directora del CONICET?
-Nosotros recibimos una situación bastante complicada con una pérdida del 30 por ciento del presupuesto del CONICET, con investigadores cobrando por debajo de la línea de pobreza y con pocos ingresos. Las primeras señales del Gobierno fueron aumentar el monto de las becas en casi un 52 por ciento y aumentar los ingresos a la carrera de investigador en un 57 por ciento. Estas fueron señales muy positivas hacia el sistema. El tema es que tres meses después de asumir estalló la pandemia, lo que nos puso en una situación muy compleja.
– ¿Y cómo impactó la pandemia?
– Tuvimos que dejar de trabajar en ciencia experimental. A los becarios se les complicó la finalización de sus tesis doctorales, y el personal administrativo comenzó a trabajar en sus casas para poder sostener todos los llamados y acciones que se tienen desde CONICET central para mantener la investigación. Lo que hicimos fue prolongar las becas que se terminaban el 31 de marzo por cuatro meses, luego el Gobierno dio un subsidio del 70 por ciento y fue pedido por varios becarios. Por otro lado, decidimos ofrecerles a los que estaban en último año de beca doctoral o de finalización de doctorado la posibilidad de optar por un año más de beca para poder terminar la tesis y su producción científica. Esto fue elegido por casi el 82 por ciento de los que estaban en esta situación. Buscamos que la situación para nuestros becarios y becarias fuera lo menos complicada posible. Cuando lo recibimos, el CONICET estaba muy atrasado en pago de subsidios. Nos pusimos al día en algunas convocatorias del año 2014-2015. Todo eso se está pagando durante este año. Se adelantó la convocatoria 2017 para que haya dinero para poder investigar. Se hicieron todos los llamados al ingreso a becas de nuevo con 800 vacantes en juego, un 10 por ciento más de solicitudes que en el año anterior, y tuvimos un 20 por ciento de postulaciones si contar a los que optaron por la prórroga. Eso muestra que los jóvenes vuelven a confiar en el CONICET como posibilidad de carrera.
– ¿Qué medidas resalta de estos pocos meses gestión?
– En marzo, cuando empezó este tema de la pandemia, se creó la unidad Coronavirus a instancia del Ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación, y a partir de ahí se empezaron a financiar diversos proyectos para obtener distintas herramientas para combatir la pandemia. Se invirtieron cerca de 700 millones de pesos. Hubo una convocatoria de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (Agencia I+D+i) que financió 64 proyectos; luego junto a la fundación Bunge y Born otros ocho más; también el COFECyT hizo otra convocatoria y se financiaron 134 proyectos, la mayoría de investigadores de las provincias. Todo eso resultó en el desarrollo de varios kits de diagnósticos, el primero de anticuerpos en plasma desarrollado por el grupo de la doctora Andrea Gamarnik del Instituto Leloir, que hace poco desarrolló otro kit que determina inmunoglobinas IgM. También el Neokit desarrollado en el Instituto Milstein, el Chemtest desarrollado en las universidades de San Martin y de Quilmes con investigadores del CONICET. El inicio de pruebas para soluciones terapéuticas como el plasma de equinos, y el plasma de llamas que también es trabajo científico financiado. Por otra parte, la investigación de la vacuna que lleva adelante la doctora Juliana Cassataro.
Una ley para sostener el desarrollo
– ¿Cree que el coronavirus de cierta forma beneficia a la ciencia al ponerla nuevamente de relieve?
– Beneficio es una palabra medio dura. La pandemia puso de manifiesto que lo que veníamos diciendo durante cuatro años y que se cumplió: que necesitábamos una sólida comunidad científica y tecnológica que pudiera enfrentar algo que no sabíamos que pudiera venir. Por suerte, a pesar del maltrato de los últimos cuatro años, teníamos los recursos humanos como para tener esta respuesta. Lo que ha hecho esta pandemia fue mostrar ante la sociedad que podemos responder a un problema específico, y también a nosotros mismos. Fijate que la mayoría de los grupos se corrieron un poco de sus investigaciones específicas. Tenían la tecnología, el know how y la formación, porque eso es algo que siempre decimos: formar un científico lleva muchos años. No es que aparece el COVID-19 y vamos a juntar científicos. Lleva muchos años, un sostenimiento de parte del Estado y una inversión personal para poder desarrollar una carrera científica. Esto estaba por suerte. Es cierto, aunque beneficio me parece duro, sí demuestra que se necesita un sistema tecnológico fuerte que abarque todo el país.
– ¿Hay alguna medida para evitar que esa falta de inversión ocurra?
– La forma de que continúe la inversión y el mantenimiento, además de tomar consciencia tanto por los gobiernos como por la comunidad de la necesidad de tener un sistema científico fuerte, es respaldar la ciencia con leyes. Lo que tenemos que tener a mediano plazo es una ley de financiamiento de la ciencia y una ley de ciencia. Eso no lo tenemos. Trataremos de que vaya avanzando luego de que salgamos de esta crisis, porque sería muy importante para respaldar que la política científica sea una política de estado.
– Científicos advierten que se les termina la beca del CONICET y prácticamente se quedan sin trabajo, ¿se podría implementar con esta Ley de Ciencia medidas que prevengan que esto ocurra, y que los científicos puedan trabajar en otro lado?
– La beca del CONICET es para hacer el doctorado y después hay becas postdoctorales. El tema es que el ingreso como investigador pasa a ser la única posibilidad, esto es cierto. Sería interesante tener, no sé si por ley sino por políticas, la posibilidad de que los jóvenes que se hayan formado muy bien y que no entran al CONICET, ya sea porque no quieren o no pueden, ingresen a las burocracias estatales tanto a nivel nacional como provincial. Que entren en otros organismos de tecnología, en empresas públicas y privadas. Que tengan opciones que tendrían que irse viendo con algunos programas que podrían ayudar. Me parece que se podrían tener carreras interesantes, no ‘uy no entré al CONICET y estoy entrando como premio consuelo’.
El rol de la universidad pública
– En varios de los proyectos mencionados hay universidades involucradas, ¿cuál es su importancia?
– Las universidades son nuestras aliadas naturales. La mayoría de nuestros investigadores son docentes universitarios. Además de que la mayoría de los jóvenes ingresan por ellas, tenemos un instrumento de ingreso para llevar investigadores a universidades que tienen poco desarrollo científico. Estamos en contacto con el Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) para poner políticas en común, si no desperdiciamos recursos. Así que tenemos una relación fluida con las universidades, lo cual es fundamental.
– ¿Hay algún proyecto puntual para llevar la ciencia a las universidades más chicas?
– Tenemos lo que se llama el ingreso por fortalecimiento. De los 700 ingresos que se convocaron para este año, 160 son exactamente para eso, para universidades que dividimos por grandes áreas. Hasta 40 investigadores por Humanidades, Ciencias Sociales, Agronomía e Ingeniería. Y 50 en Exactas, como Biología y Salud. Se han presentado universidades chicas y medianas. La verdad que es un instrumento muy interesante donde la relación con los postulantes y los que ingresan es menor, por eso tratamos de favorecerlo. Creemos que podemos crecer donde hay un desarrollo incipiente; y en unos años, con estos ingresos, podemos tener una distribución de investigadores distinta.
– ¿Y el rol de las Pymes?
– Nosotros favorecemos la vinculación con empresas tecnológicas. Hay compañías que están avanzando como Chemtest y Productos Bio-Tecnológicos. Hemos tenido una asociación con una empresa textil que produjo los famosos barbijos que han tenido mucho éxito. Favorecemos las relaciones con las empresas porque necesitan un servicio o un desarrollo. Es una forma de que la ciencia y la tecnología apoyen el desarrollo nacional.
– ¿Cuál es el papel de la mujer en la ciencia nacional?
– La Argentina tiene una cantidad de mujeres científicas importante. El 51 por ciento de los investigadores son mujeres. Ahora, cuando vemos dónde están, hay un porcentaje relativamente chico en las categorías más altas. Sobre todo, hay poca presencia en los lugares de gestión. Tenemos un 24 por ciento de directoras de instituto y un 12 por ciento de rectoras cuando hay mayoría de alumnas y profesoras. Es un número bajísimo. Este año, por primera vez, el INTA tiene una presidenta mujer, yo soy la segunda en 60 años del CONICET. Los lugares de gestión son lugares a conquistar por la mujer. Lo que ocurre es que hay una demanda empujada por el movimiento de las mujeres científicas para que el protagonismo aumente, pero además para que la carrera no sea más difícil que la del varón. Va a haber equidad cuando las cosas que tenga que enfrentar una mujer sean similares a las de un varón.